viernes, 17 de septiembre de 2021

SABRINA GROSS Siempre soñé con su mirada




PÉTALO 1

Todo va a estar bien. Todo tiene que estar bien. Soy una flor, que crece, se convierte en una caricia visual a tus ojos, a los ojos del mundo. El mundo real y el mundo reflejado en el estanque de Narciso. No soy Narciso, no. Soy una flor que está en el mismo paisaje mítico y azulado.

Él llega, se incorpora al espacio, lo toma, lo hace suyo con sus reflexiones y sus dudas: ¿seré bello? ¿Serás yo? ¿Acaso ese soy yo? ¿Yo seré yo? Infinitas preguntas. En medio del aire un anuncio: seminarios intensivos del yo soy.

Una rana, alumbra. Una mantis turquesa, ilumina.

Narciso invade mi escenario, pero por eso no dejo de ser acuática, conservo mi poder, si él se estrellara se hundiría, se ahogaría en su imagen, yo recrearía una escena de salvataje, sumergiéndome no muero, sólo transformo mi belleza, pero él no lo vería, no se daría cuenta.

Narciso invade mi escenario, donde sólo transformo mi belleza. 

Volviendo al escenario del mito descubro algo más que un acto fallido. El agua del estanque -aunque en el mito público sea un manantial cristalino y transparente- es estancada y está perdiendo todo el oxígeno. Por lo tanto, agotada, puede que esté verde. ¿Cómo puede ver Narciso su belleza en el agua podrida?

Narciso crea la ilusión, la imagen de sí, y se enamora de la fantasía de sí a través del agua turbia.

Si yo fuera mito, El Mito, Narciso, crearía un millón de puntos de fuga, de dudas, perdón.

Es inevitable que el estanque tenga una vida agitada, desde su creación artificial, paisajista-decorativa, se pensó en alguien apropiado para asomarse, reflejarse y caer en él. El elegido. No cualquiera puede verse allí, ni siquiera creer verse allí. Estoy aquí desde hace siglos esperando la llegada de Narciso, la ilusión y confusión de Narciso, soy en y por eso, mi misión es estar, adornar, proyectarme en el espacio para él. Todos giramos en torno a un hombre insatisfecho, a un semi dios.

Yo giro en torno a Narciso.

Siempre soñé con su mirada. Mi deseo es que una pestaña suya caiga sobre mí y desplace su mirada a mi territorio, real o imaginario, el que proyecto o el que él pueda delimitar en torno a mí, de soslayo, quizás, evitando negaciones y amarguras. Es una pena que sólo tenga ojos para él. El mito podría rajarse como un vitraux con unas gotas de astigmatismo.

En cuanto a sus manos, podría acercarse a recuperar su pestaña y así me tocaría. Pero en la actividad mitopopéyica original, Narciso no hace nada con sus manos, sino que soy yo la que debe mover las aguas en el momento justo en el que se mire en el agua. Narciso no hace nada con sus manos, hace todo con sus ojos. Un solo movimiento mío, una sola verdad mía, puede lastimarlo o como bien cuenta la historia, mostrarle una realidad. La de su rostro. Yo debo ser bella para un instante de la vida del estanque fabuloso, él debe serlo por el resto de la historia.

Yo debo ser bella para acompañar su belleza por el resto de la historia.

¿Quién es Narciso sin su mirada? Narciso si no se reflejara en el estanque, si no se mirara solo él en el estanque, el mito, desviaría su mirada hacia mí. Mi territorio, real o imaginario, cobraría vida dentro del estanque. Y ya no sería solo él su reflejo mítico sino él mirándome, nuestra relación acuática mística. El mirándome.

Narciso, al mirarme, con la misma intensidad con la que se mira a él y solo a él, al mirarme a mí y solo a mí, sería un voyerista. Me miraría, una flor acuática abriéndose ante él desnuda, me miraría abriéndome, me miraría como él se mira a sí mismo. Tan particular y especiales encuentros, mirarse. La actividad mitopopéyica nos despierta, mirando el escenario donde los mitos ocurren, estanque estancado, la vida. Una flor, caricia visual ante sus ojos.



En Zigzag, Ediciones Sur Surreal, La Plata, 2014 
Sabrina Gross nació en 1977 en La Plata / Vive en City Bell / Poeta y escritora / Foto: jmp

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