viernes, 18 de octubre de 2019

ADRIÁN FERRERO Cuatro poemas encontrados



CUATRO POEMAS ENCONTRADOS 


LA GUERRA

A la hora de la guerra
esgrimo mis poemas como espadas
Famélicas, agrestes, aguzadas
Pueden parecer armas indulgentes
pero acatan su destino de estocada
dejando un saldo de desvelo y de penumbra
Después las envaino, complaciente,
y retornan a su cauce de palabras.



LOS PUERTOS

En el anverso y el reverso de las manos
yacen caricias que fondean los dedos como puertos
Y la leve corona de las uñas
es solidaria de llanuras y cristales azogados
¿Con qué cincel talló alguien
el destino surcado en nuestras palmas?
¿Qué desatinos pasados, que crímenes
debemos purgar con estas cicatrices?
De nada sirve interrogar a las manos
o escrutarlas como a una postal de otras comarcas
Debemos resignarnos al misterio
trazado por los dígitos del Primer Orador



ACUARIAS

En el agua me sabía volando
Por eso, cuando quería remontar vuelo
sólo extendía mis alas
y me dejaba llevar por la corriente.



FOTOS

De tarde en tarde me siento a repasar
el tiempo escarchado en las fotos
Veo por ejemplo a la mujer vestida de leopardo
con la piel aceitunada y el pelo demorado en un rodete
La estrella que la condujo a estas comarcas no era irreparable
una estrella que ella decía era una luna
Ella solía confundir los astros y dar en pensar que los planetas
pronosticaban un festín de jabalíes, con estancias y mesas adornadas
con arañas de caireles o candelabros de brazos plurales
como los que usan los semitas
Ella decía que era tuerta, que podía ver sólo por un ojo
Sin embargo, el día que me abrazó descubrió que yo tenía ojos celestes
y todavía llegó a ver que detrás de nosotros se acercaban los soldados
Le gustaba el fuego porque de allí venía la comida
y también el calor para la charla y la caricia
Tomaba abluciones con miel y agua de frutas
que le dejaban la piel brillante como el cobre
Andaba descalza por la tierra
arrastrando su cola de leopardo
Caminando sigilosa como deben caminar los muertos si caminaran
Le gustaban tanto los pájaros y las garzas
y  por eso se fugaba a las ciénagas del suburbio para escucharlos
Tenía los brazos, las muñecas llenos de cuentas, esclavas y cascabeles
que hacían rimar cada uno de sus pasos
Hablaba la lengua de su tierra con soltura
pero a las imprudencias las pronunciaba en castellano
Sabía los secretos de la magia y el embrujo
que había aprendido en los templos de su tierra
Me contó del día en que un sacerdote irguió su bastón con el brazo izquierdo
y una rata que había en una jaula de madera
se convirtió en nenúfar y fue aclamado con euforia por la plebe
Me contó también de la religión que profesaban
de los ritos celebrados con las escamas arrancadas a los peces
de los dioses tornadizos, arbitrarios como animales
Me acuerdo del día que me abrazó
y enroscó su lengua con la mía
Y puedo asegurar que tenía lengua africana
por cómo arremetía mi boca y la trepaba
Pero su mejor secreto era el arte que guardaba debajo de su túnica
Cuando hacía el amor hablaba en el idioma de sus padres
Pero no me importaba no entender porque a esa hora no importaban las palabras
Ahora la veo en la foto tan esfinge
y  recuerdo cuando todo el Nilo descendía por sus labios
y toda el África dejaba de ser sólo una palabra.



Adrián Ferrero (La Plata, 9 de noviembre de 1970). Escritor, crítico y Doctor en Letras por la Universidad Nacional de La Plata, Argentina. Publicó libros de narrativa breve, poesía e investigación. Foto: JMP

sábado, 12 de octubre de 2019

ADRIÁN FERRERO Cinco poemas sobre el silencio




POEMAS SOBRE EL SILENCIO


I.

El silencio
es el momento 
en que dejo de ser
para aprender a estar



II.

En el silencio 
habitan algunas palabras
que regresan
sin regresar
del todo
Y que escucho
que alcanzo a escuchar
sin escucharlas
Ya se han escurrido
Hay palabras
a las que no puedo
sencillamente
ponerles nombre
probablemente
haya dejado de tenerlo



III.

En el silencio
es posible escuchar palabras
que estaban guardadas
en él
Irrumpen 
mudas
en desasosiego
porque no pueden
ser nombradas
entonces enmudecen
demudadas
se aquietan
inmóviles
serán vacío
una vez más



IV. Destiempos 

En el silencio
se puede escuchar
lo que nos dijeron
Palabras que dijimos
Otras que hubiera convenido
que dijéramos
a tiempo
pero permanecieron
en la nada
O palabras
que jamás concebimos
Imposible
Inútil
reponerlas
ahora



V.

En este silencio
que me circunda
percibo su inmovilidad
porque el silencio
también susurra en el espacio




Adrián Ferrero (La Plata, 9 de noviembre de 1970). Escritor, crítico y Doctor en Letras por la Universidad Nacional de La Plata, Argentina. Publicó libros de narrativa breve, poesía e investigación. Foto: JMP

miércoles, 2 de octubre de 2019

ADRIÁN FERRERO Cinco poemas eróticos



CINCO POEMAS ERÓTICOS


I.

vapores
entre ella y
yo
descorriendo
un velo
entreabriendo
otro
vapor sutil
(otro)
rezuma
un algo incierto
No podemos sospechar
qué fue
río mar esponja aguaviva
lluvia fue
medusa fue
ella fue
empapada
por un íntimo temporal


II.

si con pincel y paleta
dibujara en
la superficie
salobre
al paladar
de su espalda
la misma
selva huracán remolino
que veo en sus ojos
no sé qué fuera ahora
hoy
de mí
de ambos


III.

por un rumor de aguas
supo de ella
que estaba
llegando
al mismo tiempo que él
al mismo sitio


IV. No saber si en ella o en la mar

entreabrir la ventana
dejar entrar la esquiva noche
una luna ancha
esas monedas antiguas
como doblones
Una luna
que capitule con
los cuerpos
armar el lecho fresco
como una alberca
nadar de noche
rezumar
quedarse
bogando
a la deriva
en ambos
será evidente
ya nada
importará
salvo el momento
en que nos dejamos morir
hasta el próximo abrazo


V. Tapices

en unos tapices
antiquísimos
pude ver escenas
de amantes
me parecieron
fantásticas inverosímiles superfluas
hoy a la gente
no le da tanto trabajo
amarse



Pintura (detalle, intervenido): Azucena Salpeter (Formosa, 9 de noviembre de 1942, reside en Tolosa). Poeta y pintora.
Adrián Ferrero (La Plata, 9 de noviembre de 1970). Escritor, crítico y Doctor en Letras por la Universidad Nacional de La Plata, Argentina. Publicó libros de narrativa breve, poesía e investigación.

sábado, 29 de junio de 2019

RODOLFO LUNA No hay apagón que pueda contra el amor del mundo




LUZ QUE PERSISTE


   –Mirá lo que me dejaron en casa.
   La Tana me manda un wsp el sábado, apenas después de que Edelap nos hiciera la noche durante cinco días.
   La Tana, mi vecina, tiene un corazón solidario que cuelga todos los días, antes de irse a trabajar, de un cable tendido entre dos árboles de la vereda. “Si tenés frío, tomá lo que necesites”, dice el cartel pintado a mano junto a la ropa, los calzados, las mantas que deja para los olvidados por la crueldad de este tiempo egoísta. “Si querés colaborar, traé lo que ya no uses”.
   Cuando murió mamá le llevé dos cajas con sacos, blusas, pantalones, zapatos y carteras.
   –Estaba en una de las carteras que me trajiste. No me di cuenta, pero alguien que la tomó lo encontró dentro y me lo dejó por debajo del portón.
   En medio de la oscuridad, del invierno, de la incertidumbre, la Tana me manda la foto del DNI de mamá. El que había sacado hace un tiempo para reemplazar al viejo DNI librito y que creíamos perdido. Mi hermana menor y yo, apoderados para diversos trámites, usábamos el DNI antiguo desde entonces y fue el que entregamos en la funeraria.
   Mamá nos mira con sonrisa pícara, como si el día que le sacaron la foto ya supiera que nos iba a sorprender hoy con su mirada luminosa. Nos dice que no hay apagón que pueda contra el amor del mundo.



MIRUH ALMEIDA 5 de mayo de 1924 - 20 de mayo de 2019

Fotos: Rodolfo Luna

miércoles, 22 de mayo de 2019

OLGA EDITH ROMERO Ese árbol que está en la vereda





Ese árbol que está en la vereda
con ramas cada vez más cercanas al cielo
que intenta enganchar las nubes que pasan
lo plantó mi padre.

Era un pequeño fresno
frágil como patas de potrillo
recién nacido.

Creció sin una guía
pero con los años se fue enderezando
Y ahora protege la casa del sol intenso del verano
y de los azotes del viento.

Canta por las mañanas con voz de zorzales y calandrias,
se arrulla al atardecer como paloma
y ríe en los días de lluvia con el hornero.

Cuelgan de sus ramas esperanzas
y deseos que brillan con la luz de cada día.

En otoño me regala su lluvia dorada
que se extiende en alfombra crujiente.
Y en primavera hace notar sus brotes
que arroja divertidamente para hacer trabajar a la escoba.

Mi padre ya no está pero ha dejado
un guardián en el frente de mi casa
que balancea tenuemente sus ramas cuando paso.
Y que en las noches
muestra la luna y las estrellas
espiando entre sus brazos de gigante.

El fresno es un tótem
con la fortaleza que tuvo mi padre
para cruzar la vida y deslizarse sin temor
al infinito.


Olga Edith Romero nació en La Plata el 4 de octubre de 1949. Vive en City Bell.
Foto: OER

jueves, 28 de marzo de 2019

JOSÉ MARÍA PALLAORO CITY BELL, 28 DE MARZO DE 1968

Queridos simples de la infancia


CITY BELL, 28 DE MARZO DE 1968

   Habrá sido un viernes o un sábado. No lo sé. Ayer hablé con Emilia. En realidad antes lo había hecho con Juan. No se acordaba. Ni siquiera el año se acordaba. Yo pensaba que fue en 1970. Pero no. ¿Había llegado el hombre a la Luna? "No lo sé, che. Tengo 73" (y no hablaba de una fugaz primavera).

   La calle 15 seguía de tierra. Al Gordini lo pintaron con cal y palabras y buenos deseos y anudaron latas a hilos de algodón que ataron al paragolpe trasero. Emilia prometió que iba a mostrarme las fotos. Y me confirmó el día: 28 de marzo de 1968. No le pregunté si fue viernes o sábado. Ellos se casaban. Hoy se cumplen 40 años. En esos días yo andaba por los nueve y un mes exactos. Y esa noche me enamoré por primera vez.

   Jamás lo había contado. Tal vez no me lo hayan preguntado (y eso que es una buena pregunta), aunque sé que el asunto sólo a mí puede interesarme. "No se dio la oportunidad", posiblemente hubiese dicho mi madre antes del ACV.

   El tiempo hace que la carga vaya siendo más liviana. Por eso quiero decir que un 28 de marzo de 1968 me enamoré por primera vez. Dudaba un poco. Porque creía que la mujer que me hizo conocer el dolor del amor no correspondido había sido María Inés. Pero no. No. Con María Inés fue por el ‘70, o por el ‘71. Antes de entrar al secundario.

   Pero, qué cosa ¿no? Recordar el día exacto que me enamoré por primera vez. Y el hombre aún no había llegado a la Luna. No, no voy a discutir las diferentes teorías acerca del tema. La verdad es que nada me importó la banderita del imperio flameando en el suelo lunar. Para mí la “luna” es la de Li Po o la de Tuñón. Hoy y siempre.

   Yo creía que la primera vez que me enamoré estaba bigoteando. Ahora sé que la rima de la lluvia tenía mis años, y que me gustaba encender el fuego escuchando Penny Lane porque lo único que se necesita es amor (la sed verdadera todavía no me había hecho tomar el tren hacia el sur), y la creencia de aguas claras no sonaban en el Winco, aunque las chicas hacían ruido en el Whisky a Go Go junto a Johnny Rivers (¡guau, micifuz!, ¡todavía conservo ese disco!), y no había necesidad de pintar el universo de negro porque todo comenzaba a ser color.

   Hubo un tiempo, muy breve, que los Rolling me gustaron más que los Beatles. Quizás porque los simples de los Stones que traían mis hermanos mayores (adolescentes en ese momento) tenían un sonido más crudo, más bluseado, más "negro". Igual el trayecto de las piedras rodantes fue cortito como patada de chancho (mi signo zodiacal chino) y las cosas volvieron a tomar su cauce: ¡Nunca sus majestades satánicas podían gustarme más que esos muchachos que cantaron a los hijos de la madre naturaleza!

   Había mucha familia en casa de mis queridos tíos. Y también se encontraba la chica de la que me enamoré por primera vez. Tenía el pelo como oscurecido de nubes y a pesar de eso se parecía a Susanita. No deseo ser tan malo, digamos que una mezcla de Susanita y Mafalda. Físicamente más parecida a Mafalda.

   Me quedé casi toda la noche en el jardín. Y la veía pasar por el largo y sinuoso camino que iba desde la casa hasta el quincho. Iba y venía, una y otra vez, la chica de la que me enamoré por primera vez.

   Caminaba ligero y derechita como caña de bambú, con nueve años (casi diez) tenía personalidad. No recuerdo si llegamos a hablar, a decirnos algo. Siempre fui muy tímido y en esos años tartamudeaba, así que supongo que si alguien habló fue ella. Aunque no lo puedo asegurar.

   Voy a esperar a que Emilia me muestre las fotos. La quiero ver a ella, y me quiero ver. No, no puedo creer en eso de que las fotografías quitan el alma a las personas. Tal vez haya quedado algo de nosotros en esos tarjetones amarillentos. Sí, después la vi infinitas veces. Pero nunca le dije que fue la chica de la que me enamoré por primera vez.

   Ahora se lo estoy diciendo.