jueves, 12 de enero de 2023

SOLEDAD GUTIERREZ EGUÍA Un jardín de la luz ausente


LA NIÑA DEL TEJADO

   Yo que me sé sola. Yo que me injurio pegada a los párpados del puño que da el golpe. Yo que “nunca necesité de mí”, que resigné mi nombre frente al mundo. ¿Perfume a qué? 
   Yo que me extraigo de mí con el grito insumido en los vientos y me escondo con la inocencia de la niña del tejado. ¡No quería crecer! Ella tampoco. ¿Por qué sostenerme en el verde, en los pájaros con hambre que nadie se atreve a ver? Ellos también sueñan, los he visto. 
   ¿Por qué la mirada hacia nada que sabía? ¿Por qué me sabía antes de todo? Existía con la violencia de la verdad destructora. Me vivía acurrucada; no me compenso ningún olvido. Yo no sé olvidar. 
   Me revelo al mundo cuando insisto en consumar el tiempo que se abre entre mi nombre y la boca que lo nombra. Me recuerdo en la angustia de la que soy en todo el cuerpo. He tenido que aprender a sobrellevarme. 
   ¿Por qué no me ovillo en el bolsillo del vacío y reposo infinita bajo el rostro de la ausencia?
   Alguien me dibujó en el silencio y es dentro de mí donde los pájaros se enardecen.
   Negros pájaros en la noche; manos crispadas blandiendo sus alas.


LA NIÑA 

   La criatura ciega salva los silencios con su risa de arena y muestra su muñeca y mantiene la lámpara encendida y alguna vez recuerda lo que ya olvidó. Y el canto le cierra los ojos y cree en el sol que la mira y nunca pudo ver por primera vez. Y se detiene cayendo al abismo, se detiene y cerca ya no hay lejanías, y se duele y reposa en el abajo. Y agota su sed en el desierto de luz. Y se aparta del espacio de ausencias. ¿Qué hubo en lo que es? 
   Y vuelve a reír porque ríen y un puñado de aire se consume en su boca. ¡Qué pierden los que ardiendo ven y se apiadan convulsos! No hay otro bien que la sombra sibila en sus ojos. Halló frío donde todo quema y vuela al vacío escarlata y un estallido la escinde. La une al resplandor el temor a desaparecer y el misterio de renacer fragmentada. Y se vuelca sobre el mundo peldaño a peldaño y rompe el juguete, porque tiene derecho a romperse.
   Encuentra lo que no perdió. Y sabe que es niña porque a veces le dan la mano y respira en su corazón un pellizco de tierra y una voz que le cuenta que el rojo es rojo y se puede beber en una copa; que la soledad y los años oscurecen en el detrás de cualquier ventana; y la memoria no es ajena al eco de sus pasos.
   Aprendió a temblar en la noche jungla, un extraño estremecimiento entreverado a sus latidos; próxima a la lágrima; el vientre retraído.
   Se tiende sobre su nombre de senda larga. ¿Qué más podría quitarle el deseo de existir cuando se aleja? Y si vuelve, aún volviendo, no es el de ayer. Hace un jardín de la luz ausente y de su falta un infierno. Y vuelven a inquietarse los ínfimos sonidos y el aire abstracto le da la espalda con el peso de la mirada muerta y la dimensión exagerada de las cosas; y la música; y algo infantil.
   Y lo que sabe, que soporta, con lo que no sabe. 




Dos prosas poéticas inéditas de Soledad Gutierrez Eguía (La Plata, 30 de enero de 1974) / Escritora / Vive en City Bell / Fotos: jmp, Taller Mundo despierto, City Bell, 29 de septiembre de 2022 /

Leyendo poesía en La casa verde, City Bell / José María Pallaoro lee a Soledad Gutierrez Eguía / “Viaje al recuerdo”, inédito /