lunes, 28 de abril de 2008

ROBERTO THEMIS SPERONI Tres poemas

Roberto Themis Speroni (*)
Estos poemas forman parte de la antología “Naranjos de fascinante música: poesía de amor en La Plata” (Libros de la talita dorada, 2003), que reúne a 34 autores de la ciudad de las diagonales desde la segunda mitad del siglo XX hasta el presente.


Elegía F
La madrugada, el gallo, los suburbios
de alquitrán, la luna verrugosa,
los carros amarillos, el que vuelve
de tomar una copa con la noche,
de jugar con la muerte una partida
de dominó metílico. La sombra
de una mujer dominical huyendo
cerca de las paredes. Yo, que salgo
a recorrer el alma, los refugios
de la melancolía. Yo, el que fuma
caminando perplejo entre cuchillos
doblado en la memoria, perforado
por una multitud de clavos, lejos,
separado de mí, de tus naranjos
de fascinante música. Tan grave,
tan pensativo de humedad camino;
tan igual a tus ojos, a las grutas
de tu cuerpo interior, donde me anduve,
donde me conocí, diadema invicta,
cesta de fruta emocional, palmera
de volcánica especie. Ya es muy tarde.
Te repito: es muy tarde. Nadie asedia
dos veces a una misma ciudadela
habiéndola tomado en el principio.
Ando. Pienso. Camino. Me pregunto
con el tiempo en las manos. Salgo a verte.
pero la gente es mucha. Demasiada.
Se levanta temprano. Llevan bolsas,
botines, prendedores, hijos, diarios,
verduras, entrecejos permanentes,
desvencijadas rosas, sufrimientos
de maíz rutinario. Me lo impiden;
no te puedo mirar. La madrugada
me conduce hacia agónicos extremos.
No sé qué hacer, repito; aunque quisiera
ir al asalto de tu luz remota:
tomarte nuevamente, recorrerte,
ciudadela de amor, muralla intacta
donde una vez cantara mi bandera,
mis clarines de trigo, mis arqueros
de polen torrencial, en una aurora
muy distinta de esta espesa madrugada
llena de gente y frío frente al mundo.

(de Elegías alfabéticas, 1975)


Elegía N

Botánica de amor, tus arboledas,
las hamacas de oro, los helechos,
las hojas de tu frente, tantas hojas,
tuyas de verde trémulo. La pulpa,
la noche, con sus bornes de diamante.
El ruido de los ojos. Esa puerta
cerrada desde abril. Un perro frío;
el error de la música moviendo
tantas habitaciones, tanto espacio
de sollozo interior. Amabas limpia.
Convencida de amor entre las cosas
de enlace cotidiano; no importaban
los días pulmonares, los volantes
cajones del invierno.
Sola, sola,
botánica inaudita, flor ilustre,
aristócrata dulce de la lluvia
mirando desde el último conflicto,
desde el último pájaro. Y los meses.
Y la ciudad crujiendo lejos de ti,
sudando como un muerto envuelto en lana,
paralítica, triste.
No despiertes.
Aquí soy un alambre de cianuro,
Un eléctrico enfermo que vigila,
ulcerado, comido por el tiempo,
mientras me inyectan agua de tu sombra,
luz de tu corazón, perdido siempre.

(de Elegías alfabéticas, 1975)


Elegía V
He vuelto a ser el hombre que fui entonces,
cuando estabas conmigo, cuando el mundo,
me cabía debajo de una axila,
y por cada ciudad que atravesaba,
por cada puente, esquina o carretera,
dejaba tu perfil, para acordarme
del camino seguido. Porque el hombre
debe fijar sus hitos, sus leyendas,
su piel de combatiente voluntario,
de asesinado lógico. Yo anduve.
Caminé con tu pie, gemelo del mío,
leguas de sangre, millas turbulentas.
Hice fraguas con un carbón mojado;
derribé largos muros, submarinas
oposiciones de salitre negro;
ignoré muslos rápidos, brillantes
cadalsos de pelviana expectativa.
Anduve entre las lunas sin tocarlas:
tú eras mi gran racimo pensativo.
Hoy soy el hombre mismo que conoces,
algo mayor que aquella inteligencia,
asido a un canto terco. Si estoy triste,
comprendo a mi tristeza como nunca;
si estoy alegre, arriesgo que eso viene
desde tu corazón. Y estoy conforme.
Siendo el hombre que fui, estoy conforme;
él me devuelve lo que has sido siempre.

(de Elegías alfabéticas, 1975)


(*) Roberto Themis Speroni nació en 1922 en La Plata. Murió en City Bell (su pueblo amado) en 1967. Publicó en poesía: Habitante único, 1945; Gavilla del tiempo, 1948; Tentativa en la Luz, 1951; Tatuaje en el viento, 1958; Paciencia por la muerte, 1963; Padre final, 1964; Poesía completa (Estudio y compilación de A. E. Lahitte, -si bien es una antología incluye varios libros de poemas inéditos-), 1975 en dos volúmenes (reeditado en 1982 y 1996; hay una tercera edición de la primera parte). El espiniyo (revista de poesía) en su número 7/8 de 2008 va a rendir homenaje a este gran poeta argentino.

viernes, 4 de abril de 2008

JOSÉ MARÍA PALLAORO Poemas Son dos los que danzan

Son dos los que danzan
Libros de la talita dorada
Diagramación de cubierta e interiores:
La casa verde, sobre una pintura de Miguel Alzugaray «Sin azul» acrílico sobre tela, 0,60 cm x 0,80 cm., 1995.
© 2005, José María Pallaoro
ISBN: 987-97974-3-4







a Mario Porro,
in memoriam,
y a Néstor Mux


Tal vez es mucho todavía
lo que quiere ser cantado por mí:
todo lo que retumba silencioso
o lo que en la roca profunda se consume,
o lo que a través del humo se sospecha.
Aún no tengo mis cuentas claras
con el agua, con las llamas y el viento...
Quizás por ello mi sueño
me abra, de pronto, de par en par las puertas
y me guíe hacia la estrella del amanecer.
Anna Ajmátova


1.
Interior con pájaros


«En el jardín, pájaros inocentes
picotean el césped encendido.»
Horacio Núñez West



¿Dentro o fuera de la casa?

abro las cortinas

el amanecer

en el ventanal desnudo

más allá

hojas que se abandonan
nutren

la descarnada alfombra
que picotean los pájaros


Messiaen

silbido de pájaros

la canasta
con seca madera
espera
el frío
del invierno

¿habrá ceniza
cuidando
de la flor
que amamos

su raíz?


Sibelius

un piano en el aire
de la casa

la música
quema
la leña brillante
de la estufa

sentados
cada uno de nosotros
invoca
a su dios o no
dios

unidos en la ceremonia


Colibrí

¿dónde estás
que en las mañanas
hacías agitar
el aire?
¿andarás
por otras
retamas

jazmínes
de la lluvia?

¿yacerás dormido
sobre el poema
que vibrará

al son
de tus alas?


El sol de una mejor oportunidad
(Nebbiera)
para Virginia y Ale

no soy pájaro

pero en caso de tener alas

–por ejemplo–

en la lluvia de hoy

estaría acurrucado

junto a la compañera

refregándonos
con los picos
las plumas

los dos calentitos
esperando

el sol

de una mejor
oportunidad


No sé
para Elena

No sé
por qué
si afuera llueve

elijo una música
diferente

en el adentro
los sonidos se besan

son dos los que danzan


Nervaduras

comen

de los nervios
de las hojas

esos pájaros

ahuyentan

el viento

la desdicha

la razón
del no

vivir


Otra casa

de un cielo gris
con destellos
anaranjadamente
oscuros

los pájaros de la tarde
caen

vacíos
sin peso

como hojas
que sopla

la muerte

quizás queriendo
otra casa


Otra oscuridad

como un viajero
a su sombra
la sigo

no hay hambre
sólo deseo

cuando me pierdo
o ella se deshace
de mí

el pensamiento
deja de aventurar
conjeturas

y quedo solo
en mi otra oscuridad


La claridad
para Irina Bogdaschevski

la claridad
de la ausencia
pesa y aturde

silencio quebrado

viento que no acaricia


Lunas

no me despojo
de lo que más
quiero

sino que
lo que quiero
se despoja
de mí

luna
que en la noche
callas


Para qué

para qué dormir
si en sueños

el cielo es el cielo
la tierra es la tierra

y nosotros
dos pájaros

que se cruzan

y no se reconocen


Certezas
para Gaby

sé que hay un pájaro
en tu mirar

sé que en ese mirar
la dicha es luz

además sé
que en vos
la dicha es

un pájaro
que no me ve


Mares

hace tiempo
el mar
dejó de visitarme

sin embargo
la arena persiste
en tus pies

desnudos y fríos


Aguas

la quietud del agua
es rota
por la hoja caída

un cuerpo
apenas sumergido

ondas que llevan
a la otra orilla

la soledad del mundo


Saberes

sé que soy

la garra en la puerta

de la jaula

y soy el pájaro

que se queda

en un rincón

sin querer salir


La enredadera

Las rejas desaparecen

Es indudable que ese jazmín crece
para recordarnos
que la belleza es
aún posible

dentro de pocos días
sus flores perfumarán

la intimidad de esta habitación
donde consumo mis horas

en busca de un tesoro que no encuentro
y que no sé si existe



2.
La claridad


«Escribir es ofrecer
desde el primer momento
la última palabra a otro.»
Roland Barthes



El poder

El poder de una palabra
no radica en la voluntad
de poder

decir aquello
que los demás
quieren escuchar

El poder de la palabra

es un certero golpe
en la cabeza del silencio

Y de esa cabeza
–estallada en el aire–
se arma el mundo

a imagen y semejanza
de la poesía


Nuestra pequeñez escrita

Escribir
ser uno
entre tantos otros

pensar
nuestra pequeñez
como lo más importante
que nos pudo haber pasado


En el propio espejo
para Sonia y Pinino

Palabras

que no invadan

al otro

Tan sólo palabras

para mirarse

en el otro


Los ojos

Cómo hacer para mirar
a los ojos del otro
y que entienda

Cómo hacer para que los ojos
del otro nos encuentren
y comprendamos


Escrituras

Escribo
sobre el charco
azul

palabras

que se hacen
nube

y lluvia


Los pájaros de nuestra memoria

tal vez el poema sea
un campo dorado
a la espera

de la lluvia

y del viento

que mecerá
los árboles

donde descansan
los pájaros

de nuestra memoria


Manos

Convertiré mis manos
en hojas de fuego

para que vuelen

incendiaré la noche
con palabras


La búsqueda

Muy pocas veces
estuvo cerca
de hallarlo

Está oculto
en algún lugar
de la casa

entre libros
y palabras

y en contadas noches
en el silencio aparente de los objetos
junto a luces ahora dormidas
presiente

que un fugaz conocimiento
pareciera
revelarlo todo



3.
Aguas de nuestra sed


«Quien lanza barquitos de papel
lanza deseos.»
(de un libro de Mary Shelley)



Aguas de nuestra sed

Ella acomoda los barquitos de papel sobre la mesa
Esos barquitos están detenidos en el cómplice mirar
La tarde pasa para que las aguas de nuestra sed empujen a los barquitos


Las alas del deseo

Ella es un pájaro que de noche vuela a lugares desconocidos
Lleva entre sus alas el sabor de los que la amaron durante el día
Viaja sola por temor a que la soledad la abandone

Ella se entrega a los brazos que la oscuridad le proporciona
Esos brazos la abrigan de la posibilidad cierta de la muerte
La muerte siempre la descubre amparada por la noche

A veces se detiene a beber agua de los arroyos quietos
Y un nombre que se dibuja en la momentánea transparencia del mundo
le recuerda que no todo lo escrito podrá ser leído


Al natural
para Maite

Desnuda subes
la escalera de madera

cierro los ojos
para perpetuar
la suavidad de tus pasos

el vaivén de tus pechos

dejar afuera
–aunque más no sea
por esta noche–
la ciudad y la tristeza

decidida te acurrucarás
a mi lado
en un instante

en el instante preciso
en el que el cielo
se abrirá
a la fiesta de los cuerpos
al amor de los dos


Ella sabe
para L. Andreas

Sabe separar el árbol
del bosque

Ella oscurece
con su boca
el sol

Para nuestra dicha
pronto lloverá


Los pájaros de la vida

Sólo algunas estrellas guían
a la pequeña pasajera

que dentro de un soplo besará
al hombre
en la playa encendida

para que los pájaros de la vida
canten

canten
junto a tu pensamiento

que canta


Colores
para Gaby

No entiende de colores
confunde el encarnado con la lealtad
lo racional con la esperanza
y la pureza con la obscenidad

No entiende de colores
por eso pinta


Tarde de perros

Como si la tarde pasara por la sencilla razón
de que hay silencios que se hacen
los muertos

Como si los perros que duermen bajo el sol
ladraran en sus sueños
al desconocido

Como si nada quedara
Sólo la ceniza

que nos tuvo de testigo
Señales de mirarnos
Cómplices
de un dolor que pena


Música

En otros atardeceres
los cuerpos eran música

Separados o unidos

cuerpos que sin palabras
se eternizaban en esa escisión
en que la música
parecía detenerse

para empezar
otra vez
la rueda fugaz
de nuestra danza

Esa tarde y siempre



4.
Nada fuera de lugar


«... y que sea lo que sea.»
Jorge Drexler



Mario Porro

La lluvia trajo
junto al cansancio
de la tarde

La noticia inesperada

Una soledad
infinita


Los muertos

¿Qué se hace con un muerto?
¿Se lo deja en casa?
¿Se le cierran
las ventanas y la puerta
de la habitación?
¿Se habla en voz
baja
para no despertarlo?

¿Se lo comienza a olvidar
para no sentir
culpa de su abandono?


Cara y Cruz

Dando la cara llegamos a la vida
con palmaditas en el culo
nos reciben

y de inmediato
nos revolean al aire
como a una moneda

por si una vez el azar
por si falla el juego
de la vida

pero la suerte sigue echada
y caemos siempre
irremediablemente cruz

Luego juntan
nuestros pedazos

Nos olvidan

en uno de esos lugares

oscuros y fríos


Preguntas

¿No hay sol
para el desolado?

¿El desolado
no hace luz
desde su mirar?

¿En el mirar
del desolado
la luz
se transparenta
en claridad?

¿Desaparece la luz
para sólo ser
oscuridad?

¿Acaso
el desolado
tiene alergia
a la luz?


Lecturas

Enfrascado en la lectura de Proust
no llegaba a percibir que
desde el tren
los árboles eran más lentos

tampoco
cuando el muchacho cruzó el vagón
arrebatando a justos y pecadores
las cadenas de un oro imposible

para saltar sin tiempo
y violentamente perdido
hacia otras formas del mundo


Cantar a tientas
para Horacio Castillo

Hace una cantidad de años
se solía dejar ciegos a los canarios
para lograr en su canto
mayor belleza
–actitud típicamente humana
como cortar lenguas
cercenar gargantas–

Hoy
las cosas no han mejorado
y los pájaros que aún sobreviven
cantan
a tientas
todo el tiempo

con señas desesperadas


La respuesta que uno intuye

Ella visitó la casa

A pesar de su partida está sentada
en el lugar más luminoso
contándonos acerca de la belleza del jardín
y de la suerte que tuvo con sus hijos

Mientras liberaba estas cuestiones
me detuve a observar sus manos
y desde allí me elevé
hacia un rostro aún no definitivo
donde marcas
cicatrices
día a día parecen acentuarse

No quise interrumpir sus palabras
pero pensé preguntarle
si ha sido feliz
si lo es ahora

Ese tipo de preguntas que se suele dejar
para días de otro color

Interrogaciones que a veces
es preferible evitar
por temor a la respuesta


Ella dijo

empujá la desdicha a un lado
porque para el dolor
siempre hay tiempo

y recordá
la vida
no es más que estos pedazos de nosotros
compartidos con los demás


La veleta

me iré a dormir
esperando
al gallo cantor
con su voz
de nuevos vientos


José María Pallaoro nació el 28 de febrero de 1959 en La Plata, Argentina. Vive en City Bell. Cursó estudios de Castellano, Literatura y Latín. Como difusor cultural de poesía, música y literatura realizó en diferentes FM los programas: La máquina del tiempo, En la vereda del sol, Mariposas de madera y La talita. Es director de la revista de poesía el espiniyo y editor de Libros de la talita dorada. Como escritor publicó plaquetas, cuadernos y tres libros de poemas: El viaje circular (1998), Pájaros cubiertos de ceniza (1999) y Son dos los que danzan (2005). Junto al poeta Néstor Mux seleccionó los textos de la antología Naranjos de fascinante música: poesía contemporánea de amor en La Plata, 2003, que reúne a 34 autores de la ciudad de las diagonales desde la segunda mitad del siglo XX hasta el presente. Para comunicarse con el autor: jmpallaoro@gmail.com