CITY
BELL
Mi casa no tenía llave. Las únicas
fronteras eran el arroyo tras el maizal, más allá de la iglesia, y la noche. La
anchura del mundo podía alcanzarse en bicicleta. Las nubes, con papel de
colores, caña, piolín y viento. Se olía la lluvia antes de mojarse y el amor
antes de la ausencia. Las guerras eran de barro. Los perros tenían nombre y
apellido, Dayton Vargas. Querosén y sabañones era invierno. Colchones
destripados al sol era verano. Por la calle pasaban las procesiones, las
tropillas y las revoluciones. Libábamos el néctar de las madreselvas.
Mi infancia no tuvo llaves ni
fronteras.
Foto: jmp
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