Por
última vez
tomo
aire.
Presiono
el botón del portero eléctrico
sin
pensar.
-Vengo
a ver a mi abuela.
-Todos
vienen a ver a su abuela.
-Vengo
a ver a Elvira.
-Cuál
Elvira.
-María
Elvira Ottamnedi de Coluzzi.
Suena
la chicharra y se abre la puerta.
El
jardín está todo florecido.
El
verde del pasto como una promesa.
Flores
de todos los colores.
Unos
bancos de plaza preciosos.
Unos
viejos tristes y deteriorados.
Una
vieja se balancea
adelante
y atrás
sin
cesar
adelante
y atrás.
Un
viejo putea.
A
Dios, a Perón,
a la
enfermera,
a la
ostia
y a
mí.
Trago
nada.
Tengo
la boca seca.
Paso a
esa especie de living
en
decadencia.
Me
invade el olor
a pis
fresco y a pis añejo
impregnado
en la ropa,
en los
sillones
de
cuerina marrón,
a
desinfectante
con un
dejo de eucalipto
a
desodorante de ambientes
a la
piel de los viejos.
Me
acerco a mi abuela.
Huele
a todo eso
y a
colonia Ambré.
La
observo.
Los
pómulos se han caído
ya sin
remedio.
Por
primera vez
veo su
pelo blanco
completamente
blanco.
Tiene
la mirada fija
en una
mancha de humedad
que
hay en la pared.
Dice
algo.
-No te
entiendo.
Tiene
una lastimadura muy fea
en la
pierna.
Me
duele el estómago.
Quiero
vomitar.
Balbucea.
-¿Qué?
Suelta
palabras.
-No sé
lo que decís.
Fases
entre dientes.
-No te
entiendo abuela.
-Que
me quiero morir.
Que me
quiero morir nena.
Tamara
Sparti es Licenciada y Profesora en Psicología, vive en La Plata / Foto: jmp
No hay comentarios:
Publicar un comentario