Quien es piedra en la luz,
es polvo en tierra.
R. T. S.
es polvo en tierra.
R. T. S.
Siempre traigo a mi padre en los poemas
Siempre traigo a mi padre en los poemas,
en las preguntas que la lengua oculta
debajo de las cosas.
Yo lo traigo
como una flor verbal, como un extenso
y profético cuero. El era un hombre
gigantesco. Su mano era un escudo,
su palabra nacía de la tierra;
sus ojos de sal negra escudriñaban,
se arqueaban como gatos, acudían
a los sitios de amor, a los forrajes,
vagaban por el agua, se afilaban
en el viento nocturno, discutían
con el ojal dorado del otoño,
con la cruz saludable de la hierba.
Mucha gente ha quedado en el camino
esperando a mi padre, mucha gente.
Diariamente los veo acurrucados,
lamentables de miel, rotos de abrigo,
alargando los dedos en el aire
de una guitarra trágica. Los años
la leche de una higuera de piel negra,
los va quemando, los retuerce, aúlla
adentro de sus huesos. Las arañas
hacen con ellos liquidas escobas,
cajas para zapatos, alfabetos
de letra cancerosa; son iguales
a delicados monstruos, a corpiños
de arena para el pecho de un infante:
son mis hermanos, hijos de aquel hombre
ceniciento de rosas protectoras.
Mi padre era el país. Su ceño hervía
con fuego occipital. De su garganta
caían los membrillos y la lluvia.
Y cuando estaba solo, como ahora,
el trigo se ponía un sol de luto,
y el tabaco bajaba de los astros
para justificar su extraño frío.
La gente que lo espera, las abejas,
el maestro rural, las herraduras,
la pródiga vejez de las anguilas,
los silos, el abismo de las aves,
el caballo frontal de la memoria,
no quieren alejarse de su rostro,
del polvo azul que sube por sus sienes.
Hacen bien. El hierro, si florece,
logra estrechar el corazón, la sangre,
el vientre de la luz.
Para saberlo,
va mi padre final pisando estrellas.
Viene de la razón. Entre sus brazos,
hay gaviotas y ruedas cardinales.
Siempre traigo a mi padre en los poemas,
en las preguntas que la lengua oculta
debajo de las cosas.
Yo lo traigo
como una flor verbal, como un extenso
y profético cuero. El era un hombre
gigantesco. Su mano era un escudo,
su palabra nacía de la tierra;
sus ojos de sal negra escudriñaban,
se arqueaban como gatos, acudían
a los sitios de amor, a los forrajes,
vagaban por el agua, se afilaban
en el viento nocturno, discutían
con el ojal dorado del otoño,
con la cruz saludable de la hierba.
Mucha gente ha quedado en el camino
esperando a mi padre, mucha gente.
Diariamente los veo acurrucados,
lamentables de miel, rotos de abrigo,
alargando los dedos en el aire
de una guitarra trágica. Los años
la leche de una higuera de piel negra,
los va quemando, los retuerce, aúlla
adentro de sus huesos. Las arañas
hacen con ellos liquidas escobas,
cajas para zapatos, alfabetos
de letra cancerosa; son iguales
a delicados monstruos, a corpiños
de arena para el pecho de un infante:
son mis hermanos, hijos de aquel hombre
ceniciento de rosas protectoras.
Mi padre era el país. Su ceño hervía
con fuego occipital. De su garganta
caían los membrillos y la lluvia.
Y cuando estaba solo, como ahora,
el trigo se ponía un sol de luto,
y el tabaco bajaba de los astros
para justificar su extraño frío.
La gente que lo espera, las abejas,
el maestro rural, las herraduras,
la pródiga vejez de las anguilas,
los silos, el abismo de las aves,
el caballo frontal de la memoria,
no quieren alejarse de su rostro,
del polvo azul que sube por sus sienes.
Hacen bien. El hierro, si florece,
logra estrechar el corazón, la sangre,
el vientre de la luz.
Para saberlo,
va mi padre final pisando estrellas.
Viene de la razón. Entre sus brazos,
hay gaviotas y ruedas cardinales.
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Poema 1 de “Padre final”, libro que se terminó de imprimir el 28 de noviembre de 1964. “Padre final” es el último libro de poemas publicado por Speroni en vida. Le antecedieron: Habitante único, 1945; Gavilla de tiempo, 1948; Tentativa en la luz, 1951; Tatuaje en el viento, 1958; El poeta en el hueso del invierno, 1963 y Paciencia por la muerte, 1963.
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ROBERTO THEMIS SPERONI
PADRE FINAL
CITY BELL
1964
PADRE FINAL
CITY BELL
1964
2 comentarios:
¡roberto themis speroni!
Qué maravilloso poema !
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